En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, leemos que los discípulos permanecieron encerrados en una habitación… tal vez porque tenían miedo de los judíos o porque aún no estaban preparados para dar testimonio de Jesús. Sólo cuando el Espíritu Santo desciende sobre ellos en forma de llamas, todos se involucran, con el objetivo común, de dar testimonio de Jesús.
A veces, en nuestra vida, experimentamos situaciones muy similares, cuando vivimos con miedo o nos falta confianza, o simplemente queremos protegernos cuando los demás se burlan de nosotros o nos lastiman. Nos quedamos encerrados detrás de la puerta de nuestro «propio mundo». Y necesitamos la ayuda del Espíritu Santo, necesitamos reavivar en nuestros corazones Su llama de coraje.
El Evangelio, la Buena Noticia, nos trae hoy un mensaje que nos da esperanza y alegría. Jesús asegura a sus discípulos, y por tanto a nosotros, que el Espíritu Santo vendrá y lo llama el Paráclito. En siete versículos del Evangelio de hoy encontramos dos veces el término Paráclito (Jn. 15,26; 16,7) y dos veces el término Espíritu de la Verdad (Jn. 15,26; 16,13).
Paráclito: en griego parà-kaleo significa llamar cerca. Era el término utilizado por los abogados de la época. El acusado podía contratar a un abogado que, sin embargo, no respondía en su lugar, sino que se acercaba a él, sugiriéndole al oído lo que debía decir.
Espíritu de la Verdad: la palabra griega para verdad es alḗtheia que significa literalmente revelar algo oculto. En el lenguaje del Antiguo Testamento, la verdad indica la fidelidad, el amor de Dios, su salvación.
El Espíritu Santo es el que está cerca de nosotros, más aún, en nuestro corazón, y nos sugiere la verdad, nos orienta hacia el verdadero bien y el amor. Él debe ser el aliento de vida de todas las Hermanas Misioneras, como lo expresó la Beata Josefa. Sólo cuando esté realmente cerca de nosotros, podremos, como discípulos después de Pentecostés, dar testimonio de nuestra fe con amor y valor y anunciar al mundo su alegre mensaje de amor y paz.
La Virgen María, Esposa del Espíritu Santo, fue la primera en recibir el don especial del Espíritu que la convirtió en madre de Cristo. Pidámosle que nos ayude a pronunciar nuestro Aquí estoy, soy la esclava del Señor, para no apagar la llama del amor que Dios ha puesto dentro de cada uno de nosotros, sino al contrario, especialmente en este Pentecostés, reavivarla juntos dentro de nosotros mismos y dentro de todos nuestros hermanos y hermanas.
Les deseo a todos un muy bendecido Pentecostés.
Hna. Katarina Pavelova, SSpS